VOZ
DEL SILENCIO, VOZ DE DIOS
Omraam Mikhael Aïvanhov
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Resulta a veces, que ciertas personas se encuentran frente a
un ser que les supera en competencia, sabiduría y nobleza, y en lugar de
guardar silencio y escuchar, se ponen a hablar o incluso a interrumpirle cuando
habla. Pues bien, no es esta una actitud inteligente, porque nada se gana con
ello, más bien se pierde. Frente a un ser superior a vosotros, es preferible
escuchar. Incluso si no habla físicamente, habla directamente a vuestra alma a
través del silencio que habéis creado en vosotros. Cuando el Espíritu divino
habla, el cielo y la tierra callan para escuchar su palabra, pues ésta es una
semilla que fertiliza.
Quien guarda silencio, demuestra que está dispuesto a
escuchar, y por consiguiente, a obedecer. Quien, por el contrario, toma la
palabra, demuestra con ello que desea tener la iniciativa, que quiere dirigir,
dominar. El silencio es pues lo característico del principio femenino, la
sumisión, se amolda al principio masculino. Si debemos conseguir restablecer en
nosotros el silencio, es precisamente para dejar que el Espíritu divino trabaje
en nosotros. Mientras permanezcamos insumisos, recalcitrantes, anárquicos, el Espíritu
no puede guiarnos, y así seguimos débiles, miserables. Cuando conseguimos hacer
el silencio en nosotros, nos ponemos en manos del Espíritu, el cual nos guía
hacia el mundo divino.
Este estado, sin embargo, que llamamos receptivo, pasivo, no
debe confundirse en absoluto con la pereza y la inercia. Sólo es pasivo en
apariencia; en realidad, se trata de la mayor actividad que pueda pensarse. Es
el estado de aquel que, a base de laborar, de paciencia, de esfuerzo, de
sacrificio ha logrado realizar el silencio en sí mismo, y gracias a este
silencio comienza a oír la voz de su alma que es la voz de Dios.
Debéis comprender el silencio como la condición absoluta
para recibir la palabra verdadera, las verdaderas revelaciones. En ese
silencio, sentís que paulatinamente os llegan mensajes, una voz que empieza a
hablaros. Ella es quien os previene, dirige, la que os protege... Si no la oís,
es porque hacéis demasiado ruido, no sólo en el plano físico, sino también en
vuestros pensamientos y sentimientos. Para que esta voz os hable, es
imprescindible instalar el silencio en vosotros. A esta voz se la llama con
frecuencia “la voz del silencio”, incluso este es el título de algunos libros
de la sabiduría oriental. Cuando el yogui consigue apaciguarse, e incluso parar
su pensamiento -pues también el pensamiento hace ruido en su movimiento-
entonces oye esta voz del silencio, que es la voz misma de Dios.
Poseemos un tercer ojo situado en el centro de la frente,
tenemos también un tercer oído situado en la garganta al nivel de la glándula
tiroidea. Los oídos están estrechamente unidos a Saturno, el planeta de la
soledad, del recogimiento y de la introspección.
Todos sabemos que cuando necesitamos reflexionar para tomar
una decisión, nos alejamos y cerramos la puerta porque es en el silencio donde
tenemos más posibilidades de encontrar una solución. Pero incluso en ese
silencio, todos podemos sentirlo, hay a menudo ruido, porque el interior de los
seres humanos se parece a una plaza pública en donde una gran cantidad de gente
se manifiesta a la vez para presentar sus reivindicaciones. Y esa es la razón
por la que resulta siempre tan difícil recibir la verdadera respuesta a las
preguntas que nos hacemos, esa respuesta que viene del Cielo, de la región del
silencio. Sí, por más que nos aislemos, nunca estamos solos ¡hay tantos
habitantes instalados en nuestro interior!
Estáis habitados por infinidad de
entidades, y en particular, por espíritus familiares: los de los seres de
vuestra familia que se han ido ya al otro mundo, y también de los que todavía
viven. Todos ocupan una parte de vuestro ser: los que gustan de la bebida, los
que quieren realizar negocios, los que buscan los placeres, están ahí,
empujando para satisfacer sus variados deseos. Y al cabo de un tiempo cedéis...
¡a pesar del silencio!
El discípulo tiene otra forma de laborar; no se contenta con
aislarse del ruido exterior, procura además acallar a todos aquellos que
gritan, amenazan y exigen en su interior. Les dice: “Ahora, callaos”. Y en ese
gran silencio, oirá una voz, pero una voz muy dulce, muy débil...Esta voz
interior habla incesantemente en cada uno de nosotros, pero es muy suave, y son
necesarios muchos esfuerzos para distinguirla en medio de toda clase de ruidos
... Como si se tratara de seguir la melodía de una flauta entre el estrépito de
los tambores y los grandes timbales. Es preciso aprender a escuchar esa dulce
voz que habla en nosotros. “Ten paciencia con este ser... Aprende a
dominarte... Esfuérzate...” La voz de Dios no hace ruido, para oírla hay que
estar muy atento.
También el profeta Jonás oyó la voz de Dios, que le dijo:
“Ve a Nínive y diles que destruiré la ciudad porque no me han obedecido”. Pero
Jonás, atemorizado, no quiso ir a Nínive, y se embarcó en un navío que partía
hacia Tarsis. Estando en alta mar, se alzó una gran tempestad. Estaban todos
aterrorizados, y decidieron echar a suertes quién había atraído la tempestad.
La suerte señaló a Jonás, quien fue arrojado al mar. Una ballena se lo tragó, y
permaneció tres días en su vientre. Allí pudo reflexionar, y al fin dijo:
“Perdóname Señor, ahora voy a cumplir lo que me pides”. Entonces fue vomitado
por la ballena, y así se salvó... Como a Jonás, así le sucede a quién los
caprichos y los temores le impiden oír la voz del Señor: encuentra ballenas y
permanece en su vientre varios días hasta que, apaciguado el alboroto, acaba
por oír esa voz. ¡Cuántas ballenas no habréis encontrado ya vosotros a lo largo
de vuestra vida! Sí, ballenas de todos los tamaños y colores..
Si estuvierais más atentos, si tuvierais
mayor discernimiento, sentiríais que antes de realizar alguna empresa
importante de vuestra vida (ya se trate de un viaje, una actividad, una
decisión a tomar, etc.) una suave voz os aconseja. Pero no ponéis atención en
ella porque preferís el alboroto y las tempestades. Sin embargo, debéis saber
que cuando os hablan los seres superiores, sólo os dicen algunas pocas
palabras, y con voz casi imperceptible.
Dios habla de forma muy tenue, y sin insistir. Dice las
cosas, una, dos, tres veces, y luego calla. Tampoco la intuición insiste mucho
más, y si no escucháis atentamente, si no discernís esta voz porque sólo sois
capaces de oír el ruido, os sentiréis perdidos constantemente. La voz del Cielo
es extremadamente suave, tierna, melodiosa y breve, y hay criterios para
reconocerla. Sí, la voz de Dios se manifiesta de tres maneras: a través de una
luz que nace en nosotros; por una dilatación, un calor, un amor que sentimos en
nuestro corazón; y finalmente, por una sensación de libertad que experimentamos,
junto a la decisión de llevar a cabo acciones nobles y desinteresadas.
Permaneced pues atentos...
Debiendo tomar una decisión importante, sólo en el silencio
de los pensamientos y de los sentimientos recibiréis la respuesta del Yo
superior, del Espíritu. Ese silencio, es la fuente de la claridad. El silencio,
es la paz, la armonía, el silencio es vivo, es vibrante, habla y canta. Gracias
a la contemplación, la oración, la meditación, llegaremos un día a oír la voz
del silencio.
Enviado por Alicia Botero http://hallegadolaluz.blogspot.com