Jean-Luc Ayoun
4 de Julio 2007
CRISTO
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Queridos hermanos de mi humanidad terrestre, aquí ha llegado la hora de
la verdad, pero ¿Qué es la verdad?
¿Un concepto?, ¿Una intuición?
¿Un sentimiento? La verdad es lo
que es. Lo que es, es el amor infinito
de toda vida. Sin verdad no hay mundo
posible, no hay creación posible, no hay devenir posible. En cada uno de
ustedes fluye la verdad, el amor. Solo los hábitos asumidos en el curso de
vuestras múltiples peregrinaciones son un freno para la aparición de vuestro
Ser de verdad. El que cuando aparezca, deviene vuestro manto de luz, vuestro
hábito de transcendencia. En ningún momento les es posible usarlo mientras que
la menor onza de juicio, tanto hacia ustedes mismos como hacia la creación, los
habite.
Y todavía puedo confirmar que todo esto ya está presente en vosotros de
toda eternidad, todo esto ya listo para iluminar vuestra vida y todas las vidas
que ustedes rozan. Solo el juego de vuestra dimensión les impide revelar y develar
vuestra luminiscencia. Vuestro sentir,
incluso el más justo, no es la verdad pero mantiene su verdad y cada uno
presenta su verdad que el defiende o justifica.
El amor de la verdad es la verdad del amor. Esta verdad es la pulsación de los universos,
el enlace y aglutinante de toda vida y sin embargo es libertad, ella no conoce
ningún vínculo. ¿Comprenden ustedes
esto? El aglutinante de toda vida está en
la ausencia de vínculo otro que vuestra
divinidad única. ¿Paradoja dirán? No.
Vuestra maestría es dejar ir, vuestra maestría es el abandono a la ley del
amor, abandono a la voluntad de luz y de verdad en vosotros.
Cuán difícil es re-devenir como un niño, sin prejuicios, sin otro apego
que el amor de toda vida. Esto era
difícil ya que ahora vengo, con mis angeles y mi espada de verdad para
liberarlos, sin embargo, si me dejan todo el lugar en vuestro corazón, para
mí. Aquí es el momento del fuego y la
hora de la luz azul, la que viene desde el centro de vuestro universo, allí
donde quema el corazón ardiente de los Serafines. La fuente de cristal está en camino hacia
vuestro corazón, hacia nuestra Tierra.
La hora de los reencuentros, la
hora de mi gracia finalmente ha llegado.
Ustedes que han suplicado y orado tanto el regreso de mi corazón divino,
ustedes que han aumentado tanto vuestra vibración, respondo al llamado,
respondo, también y sobre todo a aquellos que no me conocían aún, a aquellos
que están confundidos y sin embargo me esperan.
Vengo a revelar vuestro Cristo, vengo a consolarlos, a abrevarlos a
vuestra Fuente, que es también la mía, la que, durante mi pasaje, he nombrado
Abba, (Nde: padre en hebreo) que ustedes nombrarán también Abba.
La hora de nuestros reencuentros está allí, no tengan miedo, vengo como
un amigo, vengo a cortar los últimos vínculos que los retienen prisioneros de
vuestros miedos y de las limitaciones de la encarnación. Mi entrega es un acto de amor infinito, les
doy mi paz, les doy mi gracia, ya que ustedes son esto.
Ustedes son más grandes que el más grande de vuestros sueños, son más
luminosos que el más brillante de los soles, son amor más allá de vuestras
verdades limitadas. Vuestra unidad está
allí. Ella se revela en esta subida
vibratoria sin precedente que viven actualmente y que no podrá nunca ya
retroceder o entorpecerse ya que Abba (el padre) lo ha decidido así. La hora de
la verdad es anunciada por mis ángeles de luz y por el manto azul de luz que va
a recorrer vuestra Tierra y vuestros hombros.
¿Aceptan mi gracia? ¿Aceptan la verdad de vuestra luz? ¿Aceptan
regresar en verdad? Sí, yo lo sé, las horas que vienen son majestuosas y
solemnes. ¿Aceptan confiarme vuestros miedos, vuestros límites, a fin que los
queme en mi corazón? ¿Aceptan
crecer? ¿Aceptan devenir mis soles?
La hora de vuestra apertura suena, las trompetas se preparan a sonar,
una revolución está en marcha, ella está acudiendo para darles a vuestras vidas
su sentido el más noble, el más elevado.
Sean bendecidos queridos hermanos por responder a mi llamado, sean
bendecidos por abrir vuestro templo a mi presencia que es vuestra presencia.
Los amo y los bendigo
Cristo.