Jean Luc Ayoun
MARIA
4 julio 2007
Mis hijos, vengo hacia ustedes
como una madre viene a ver su hijo, de manera atenta y amante, para asegurarle
su protección y su amor. En estas horas que vive otra madre, nuestro planeta
azul, vengo a liberarlos de vuestras incertidumbres. En efecto, más que nunca,
están acompañados, guiados y seguidos en vuestras evoluciones y
transformaciones. Todos tanto como están sobre la superficie de Gaia, son hijos
de la unidad. En calidad de tal, cada uno y cada una de ustedes es una unidad,
unidad de luz, de vida, de vibración, de esplendor, de amor. En cada uno de
ustedes brilla la llama de mi divino hijo.
Es conveniente estar seguro de
esta verdad primera que todo contribuye en vuestro mundo tecnológico y en
vuestra sociedad desprovista de fraternidad a hacerlos dudar y olvidar que
vuestra divinidad es sin falla, eterna, invencible. Solo el exterior intenta
desviarlos de vuestra esencia. Pero ustedes están más allá de los sufrimientos
que pueden afectar vuestros caminos. En ustedes están el germen de la luz más
gloriosa que sea.
Hoy hay que dejarla expresarse,
este esplendor magnífico y resplandeciente. Hoy hay que osar ser lo que son.
Hay que osar mostrar a la faz del mundo vuestro amor, vuestra claridad, vuestra
esencia. No es más tiempo de hablar, de tener paciencia, de esperar. Nosotros
los queremos todos en la acción del amor. Entrando en la acción del amor, de
fraternidad, del don de ustedes mismos, no dejarán más lugar a las dualidades,
a los juicios que pueden todavía obstruir vuestro corazón y vuestra cabeza. Es
importante, para las semanas que vienen (y yo hablo acá de vuestro tiempo
terrestre) de deshacerse de todas vuestras creencias, de todos vuestros juicios
y a priori.
Deben acoger lo que viene, sin
restricción, sin miedo. Lo que viene es algo mágico en el sentido más noble del
término. Vuestra humanidad va a verse retirar los velos del aislamiento que
existían desde un ciclo zodiacal completo, esto es, ahora. Una luz azul invade
vuestro éter de manera progresiva, esta luz compasiva tiene el poder, si la
reciben, de venir a liberar en vuestro corazón vuestras memorias antiguas,
liberar vuestros frenos, liberar vuestro amor. Tengo ganas de decirles:
confianza, queridas almas, vuestra divinidad se despierta y se revela al fin.
La condición esencial para acoger
es desprenderse de vuestros miedos, desprenderse de todo juicio, entrar en la
maestría de quienes son. Tienen que hacer un paso hacia vuestra unidad de ser,
tienen que hacer dos pasos hacia mí y tres hacia Cristo con el fin de que el
amor los recolecta en la casa que es vuestro cuerpo, este cuerpo que manifiesta
la luz si lo abren a lo que viene.
Comprendan, sientan, experimenten
la importancia de este período. Él es anunciado por múltiples vías, por
múltiples símbolos. La afluencia de luz es constante desde ahora y esta
aumentará cada vez más. La vibración de esta luz es tal que no dejará a nadie
indiferente sobre esta Tierra, nadie podrá resistirla y cada uno será el
receptáculo de esta Gracia.
Les corresponde a ustedes elegir:
¿dónde recibirla? ¿En la cabeza? ¿En el corazón? ¿En el vientre? ¿O en el bajo
vientre? Ahí donde la dejen entrar en vuestro templo corporal, ahí ella obrará.
Yo puedo afirmar que para muchos de ustedes se trata, hablando con propiedad,
de un nuevo nacimiento. No dejen que nadie les impida vivir esto, al contrario
velen por comulgar entre ustedes esta Luz, no cierren tampoco vuestro corazón a
vuestros hermanos y hermanas que viven con ustedes este nacimiento.
Intercambiar, compartir, sonreír, mirar serán importantes. Desvíen vuestras
miradas de los que no reciben pero apórtenles vuestra vibración, vuestra
luminiscencia sin juicio alguno, sin remordimiento tampoco, su elección es
respetable tanto como la vuestra. Establezcan una gran cadena de corazón a
corazón, desde ahora y durante todo el período que irá hasta la fecha de mi
asunción. Durante estas seis semanas, más exactamente 42 días, ustedes van a
escalar la montaña, van a ser elevados hacia vuestro ser multidimensional como
muy pocos antes tuvieron la oportunidad de vivirlo. Tengan vuestra casa lista y
dejen la puerta de vuestro corazón abierto.
Yo los bendigo, los amo, yo soy María reina de los
Cielos y de la Tierra.
Traducción: Amparo
Iribas
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